La cascada del río Fílveda es de incomparable belleza, precipitándose desde lo alto de más de 40 metros en sucesivas caídas de agua. La fuerza de la erosión del río se ha encontrado con la fragilidad de las rocas de origen magmático aquí existentes (metaporfirios granitoides y metariolitos) a los que el pueblo vulgarmente llama “piedras negras”, sobrepasando en cerca de 200 metros de río un desnivel global de 75 metros (de los 400 a los 325 metros). A añadir a la belleza de las cascadas, el valle conserva aún el bosque primordial, formando un refugio por excelencia de los robledales y bosques caducifolios que vienen perdiendo terreno frente a las plantaciones de pinos y eucaliptos.
La proximidad del mar condiciona en gran medida el clima muy húmedo que se hace sentir en los alrededores del río Fílveda, originando una vegetación frondosa, adaptada a la fuerte pluviosidad de esta zona. Los robledales dominados por roble común son refugio de especies como el reyezuelo listado (pequeña ave de colores delicados), la palominera y la esbelta salamandra rabilarga con sus tonos dorados; a los robles se juntan los castaños y los cerezos, pincelando de amarillo estos bosques en el otoño. Junto al río crece un importante bosque en galería dominado por alisos y fresnos, donde ocasionalmente despunta un acebo. El Fílveda cuenta con la presencia de las libélulas caballito del diablo azul y caballito de agua rojinegro, características de ríos de montaña, que con sus tonos azul metálico y rojo vivo, difícilmente pasan desapercibidas. La nutria puede llegar a desplazarse kilómetros río arriba en busca de alimento. No lejos de aquí, cerca de Romezal, la rarísima píjara marca presencia.