El lugar conocido como Dornas se debe a la existencia de grandes marmitas de gigante que se han formado en el río Arões, la más grande mide más de 2 metros de diámetro y gran profundidad, por lo que se ha llamado de dorna en alusión a los grandes recipientes de madera donde se guardan las uvas de la vendimia. El canal de desagüe forma verdaderamente una enorme bañera de paredes lisas. Las marmitas formadas en el granito tienen origen en el remolino hecho por los cantos y bloques que se quedan atrapados en el lecho del río. Con la fuerza de la corriente, estos elementos ejercen una intensa fuerza abrasiva que escarba un hoyo perfectamente redondo en el granito, asemejándose a un mortero natural. Con el tiempo estas depresiones se ahondan y alargan, formando marmitas, dornas, y por veces grandes bañeras (o canales de desagüe) cuando diferentes marmitas se funden unas con otras.
El río Arões nace en la cumbre de la sierra del Arestal y recorre cerca de 12 km hasta desaguar en el río Vouga. Por el medio, una pequeña presa origina la armoniosa albuhera del río Arões. Curiosamente, río abajo en la carretera EN 227, el río tiene otro nombre, río Lordelo. Es un río con bastante pendiente por lo que tiene una fuerte dinámica fluvial que origina cascadas, marmitas de gigante y otros fenómenos de gran belleza. A lo largo del río son mucho los molinos que proporcionaban la fuerza motriz para la fabricación de la harina, esencial a la subsistencia de las poblaciones en los siglos XVIII y XIX. A lo largo del curso de agua un bosque en galería muy bien conservado con alisos, sauces y fresnos, proporciona el hábitat a especies tan distintas como la rana patilarga, el helecho real, el lonchite y la libélula caballito del diablo azul. El mirlo acuático, que aprovecha las caídas de agua para anidar, encuentra aquí su residencia de elección. Las mariposas ninfa de los arroyos y tornasolada chica acechan entre las hojas, indicando que estamos en presencia de ecosistemas de gran valía. En los robledales por encima del río podemos observar el sello de Salomón y la palominera, flores de rara belleza, y escuchar el silbido insistente del sapo partero, en los días más húmedos de primavera.