El complejo minero de Braçal (que incluye las minas de Braçal, Malhada y Coval da Mó) esta ubicado en el río Mau, en la ladera Este de la sierra de Braçal, ha permitido la explotación de uno de los más grandes yacimientos mineros de la región de Aveiro. La explotación empezó en las minas de Braçal en 1836, terminando en 1918; recomenzó en 1943 alargándose a las minas de Malhada (más al norte) y permaneció activa hasta 1972, llegando a tener más de 700 trabajadores. Las minas de Braçal han explotado filones hidrotermales ricos en plomo (Pb), zinc (Zn) y plata (Ag). El plomo ha sido el principal producto extraído de este complejo minero.
El río Mau, que atraviesa las Minas de Braçal, es un afluente del Vouga y tiene una flora lujuriosa donde el bosque abunda y los helechos y musgos pintan el lecho del río de tonos de verde. El bosque mixto con roble común, arce blanco, laurel, castaño, acebo, avellano y alcornoque está situado junto al río y la rara planta insectívora grasilla pálida, crece en sitios húmedos pobres en nutrientes. De la flora que puebla el suelo fértil junto al río sorprende la palominera por su belleza en tonos de azul. La avifauna aquí es generosa y son muchas las especies que se alimentan en estos bosques, como por ejemplo la curruca zarcera y el carbonero. El huidizo mirlo acuático se puede observar en los rápidos del rio Mau donde encuentra alimento como el caballito del diablo azul (libélula). En las antiguas galerías y en canales hechos en el río para permitir la instalación de los edificios de las minas existen hoy importantes poblaciones de murciélagos cavernícolas, destacándose el murciélago grande de herradura.
La explotación de estas minas se remonta a la época romana, han sido encontrados objetos de cerámica que datan del año 5 a. C. y hasta el año 70 d. C. Estos consisten en una taza sigillata ceremonial y en tres lucernas probablemente utilizadas en la iluminación de las galerías. Se destaca una de estas lucernas pues presenta un gladiador armado con una red, una lanza y un tridente. Los romanos explotaban los filones de mena a más de 50 metros de profundidad.
